miércoles, 21 de mayo de 2008

LA FALTA DE RENÉ

En realidad, no tomé conciencia de mi situación hasta la edad de cinco años. Una mañana, mi madre, agotada por el llanto, se levantó, y después de contemplarse en el espejo largo rato se dirigió a mí con una cachetada en el culo. Me dijo:

- René, hoy vas a conocer el mundo -a
continuación, soltó una carcajada.
- ¿Qué mundo, mama? ¿el de ahí afuera? ¿donde viven los otros?...
- Vas a ir al colegio. Hoy mismo.

Yo conocía el colegio por la televisión, por series y películas de dibujos animados. Desde mi nacimiento no tuve otra cosa que hacer. Me ponía cómodo encima de la alfombra y absorbía las imágenes de ese otro mundo desconocido que, amablemente las unas, y chirriantes las otras, transcurría fuera de las paredes de mi casa.

A veces preguntaba a mamá por ésto o aquéllo, pero las respuestas, acompañadas de sorbos y gemidos, se me hacían confusas; no conseguía descifrar los sonidos distorsionados que fluían de su garganta. Pobre mamá. Yo me quedaba igual. Aprendí a no preguntar.

Aviva, René, que vamos a salir. Mamá me ayudó con los zapatos. Eran duros, apenas si podía caminar, daba traspiés. Mis piernas se enredaban entre ellas desfavoreciendo mi innato equilibrio.

Salimos a la calle después de que mamá cerrara con llave la puerta. Para que no se cuelen los intrusos, pensé. Yo iba agarrado de su mano intentando afianzarme en el suelo, prestando atención al ritmo de los pasos de mamá, intentando ajustar mis movimientos a los suyos.

Éramos dos de los otros, madre e hijo caminando felices. La gente nos miraba; algunos, incluso, se detenían en la acera olvidando su ocupación y cuchicheaban.

Mamá tiraba de mí cambiando el ritmo a cada rato y yo volvía a trastabillar olvidándome de ese mundo recién descubierto; concentrándome tan sólo en el compás de los pies: uno, dos, tres, cuatro..., uno, dos, tres, cuatro... Así hasta el colegio, un edificio cuadrado de color canela encerrado en un corralito.

Los niños habían entrado, no se veía a nadie por los pasillos, y mamá se detuvo delante de una puerta. Al lado, en la pared, había una placa que ponía Dirección. Yo sabía leer; aprendí el sonido de las letras mirando la televisión. Algunos programas pasaban rótulos por la pantalla, una ayuda para los sordos. También, viendo esos programas, aprendí el lenguaje de las manos.

Mamá llamó a la puerta y entramos. El director nos recibió con una sonrisa y nos ofreció asiento. Mamá se sentó. Yo buscaba la alfombra por la habitación, pero no la encontré. El director, apurado, retiró la silla y colocó en el suelo una cartulina por indicación de mamá. Me puse cómodo.

El despacho de Don Miguel, el director, tenía carteles pegados con cinta adhesiva en las paredes: Día de la Paz, Literatura Infantil, La higiene, Jornadas educativas... Mientras ellos rellenaban cuestionarios para mi ingreso en el colegio yo me entretuve fisgoneando. Ya sabía muchas cosas, pero seguro que allí aprendería muchas más; porque no todo está en casa, pensé recordando que mamá no había querido comprarme la colección del Hombre de Hierro. Son cuentos violentos, me dijo, cortando en seco cualquier protesta.

Cuando se levantaron yo me puse de pie y los acompañé al aula, mi clase, donde, por fin, vería a los que, seguro, serían mis compañeros y amigos. Entré y casi me da un patatús: los niños comenzaron a chillar y a correr hacia el fondo de la sala. Los gritos y llamadas de atención del director y la profesora no hicieron mella en la locura de esos energúmenos. Algunos, incluso, lloraban desconsolados llamando a su mamá.

En el pasillo, de nuevo, acordaron que volveríamos a intentarlo el día siguiente. Mientras, la señorita hablaría con ellos para aclarar el malentendido, para que comprendieran mi falta.

Falta. No volví más. Mamá continuó llorando, muchos años, pero ahora me espera ahí afuera, en el mundo real, sentada en la primera fila del teatro, esperando impaciente que yo, René, entre en escena zarandeado por los miles de aplausos que cada noche me transportan a mi otro mundo, el de la alfombra de mi casa.

17 comentarios:

Carlos Paredes Leví dijo...

Excelente, Maestra, y con un final de lo más sugerente....
Un saludo.

Makiavelo dijo...

Ni que hubieran visto los niños del aula entrar a una cucaracha.

Al final se abrió camino en el teatro, hubo uno que decía: "la vida es puro teatro".

Mi amigo René, actor y escritor va camino de Buenos Aires, le diré que lea el post.

Besos.

Isabel chiara dijo...

Gracias Carlos, creo que el final define su experiencia con el mundo.

Un beso

Quién sabe lo que vieron? Quizás, Makiavelo, vieron la soledad, el miedo a lo desconocido, la necesidad de estímulos, la incomprensión... Quizás, muchos, se vieron a sí mismos, y no les gustó. El resto parece que se sumó a la histeria por empatía, o por imitación.

Salude a su amigo René.

Eva dijo...

¿Qué tendrá René que asusta y que le convierte a la vez en un ser digno de participar en una representación teatral? ¿Habrá segunda parte o es un final abierto? Con esa duda me quedo.

Besos.

Sibyla dijo...

Una historia estupenda!

Si te soy sincera, cuando entró René en el aula, la reacción que provocó en los niños: chillidos, gritos, llantos desconsolados, pensé por un momento, que sería "el niño elefante"...

Lo mejor es crearse uno mismo su propio mundo!

Besotes Woman-Indurain!!!!!!

Isabel chiara dijo...

Eva, su éxito comenzó con la representación teatral de La metamorfosis. En la obra, René interpretaba a Gregorio Samsa, y el público y la crítica se sobrecogieron al ver a aquel monstruo moviéndose por el escenario. Y sin alfombra.

La historia surgió por un video de youtube que me envió Marisa sobre una persona con problemas de movilidad y cómo se las había apañado para tener una vida rica y exitosa. Y ahí lo relacioné con la etapa escolar y la percepción que tienen los críos de las dificultades de los otros. En realidad, el relato tenía vocación de duro y directo, pero no me salió la cosa.

Un besote Evita.

Siby, René es algo así como el niño elefante, aunque su discapacidad es otra, tiene cuatro piernas. Por eso lo bordó como Samsa.

Y pese a haber llegado al éxito -después vinieron más papeles, cine, televisión- y ganarse el respeto de la gente, él añoraba su mundo, el de la alfombra de su casa, donde había fraguado su propia identidad sin ayuda de nadie -excepto de mamá llorona-.

Sigo pedaleando, aunque estos días llueve.

Un beso guapa.
(Se me olvidó decirte que la foto de Tina disfrazada de Tina Turner, con peluca y a lo loco, la estoy utilizando en casa con otro montaje de bishos. Cuando lo tenga listo te lo envío. Está genial)

Sibyla dijo...

Ichiara, racias por el link que me dejaste sobre García Montero; sabes, él fue profesor de literatura de mi marido, en la facultad donde él estudió filología.
Por esa época, Luis G. Montero, andaba de noviazgo con Almudena Grandes, ahora ya llevan años casados y con una hija en común.
El poeta es un hombre cercano, sencillo y humilde.
Muy amigo de Miguel Ríos, también granadino de pura capa.

Besotes y a coger fuerzas pa mañana empezar de nuevo...
Aquí terminamos hoy de feria del Corpus!

Isabel chiara dijo...

Vaya, bien por tu marido que tuvo de profe a Montero. Yo le he leído mucho y me gusta especialmente un libro que se llama "Lecciones de poesía para niños inquietos". Una maravilla para introducir a los críos en el género.

Aquí tuvimos fiesta el jueves, y el próximo viernes otra vez (no sé cuál pero más horitas pa dormir, jejeje).

Vi que te visitó Eva, una belleza de mujer que escribe como dios.

Besooooooooosssssssssssssss

Juan Pablo dijo...

No pude menos que ponerme en la piel de esa madre, ilusionada, sola, triste y alegre, en ese orden.
Un texto fabuloso Isabel, te pongo nota.
Un beso.

Raquel Barbieri dijo...

Isabella,

Desde las miradas en la calle en adelante, imaginé a un niño deformado, a un bicho como Gregor Samsa de la Metamorfosis.
Me gusta leer historias en las que alguien no va con el malón hacia donde sea, sino que en su condición de distinto, promueve reacciones en los demás.

Es un relato magnífico. René podría tener forma de rana, como la de los muppets, tal vez es verde y probablemente por ser rana es que hablaste de su innato equilibrio amenazado por los zapatos... pienso un poco más: No solamente era la primera vez que va al colegio, sino la primera vez que se calza zapatos... demasiados sacrificios para pertenecer al mundo masivo. No vale la pena.

Besos :)

PD: Me apunto para la foto de Tina vestida como Tina Turner.

La Pecas dijo...

Que forma de envolverme tu relato, desde la primera linea hasta el sock final... Fantastico¡
Besos... (pensando me dejas)

Isabel chiara dijo...

Grazie Juan Pablo, la pobre madre te lo agradece (ya que el nene no pudo ir nunca al cole)

Besos

Raquel, lo de la foto hecho. Pensé en la Renata de odalisca, aunque no sé si le gustaría (me han dicho que es tímida).

René tuvo tanto tiempo para sí mismo que en lugar de arrascarse los veinte dedos de sus pies lo empleo en formarse una maravillosa idea del mundo y sus posibilidades.

Ya he ojeado la vida de Bryan. Me paso.

Un besote fuerte, por duplicado.

La pecas, qué bien que te gustó. Hay tantas personas atadas a un nacimiento puñetero... Y tantísimas otras que lo encuentran todo regalado...

René eligió, acertó y triunfó.

Un besote

Gi dijo...

Inmensa tu capacidad de entrar en los sentimientos de los personajes, y de esa manera, llegar a nosotros que te leemos.
Me gusta mucho venir a leerte.
Te dejo un beso

Isabel chiara dijo...

La "capacidad", Luz, viene de los cientos de loros que tengo alrededor (jajaja), y que no callan hasta que caen rendidos en la cama. Entonces yo aprovecho, me relajo, me aliño una copita y a sacar lo que no me dejaron en todo el día.

A mí también me gusta visitar tu casa.

Un besote fuerte

Raquel Barbieri dijo...

Le pregunté a Renata y convinimos en que si le doy un trago antes, se viste de odalisca, con tal de figurar.

(Ella salió tímida a Beverly, como imaginarás...)

Besos, Isabella :)

Anónimo dijo...

Ichiara ,es un relato conmovedor ,sentí al leerlo un no se que.Es la sencilla descripción de una vocación.

Isabel chiara dijo...

Raquelle, a punto estoy de desgraciá a la niña con unos velos morados bien dispuestos, jajaja.

Besitos dobles

Ana María, a mí también me conmovió cuando lo escribía, porque intentaba imaginar qué sentiría aquel pobre crío con cuatro piernas.

Un besito y gracias por pasar.